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martes, 13 de diciembre de 2011

La primera pornografía


El deseo es una palabra que arriba como una invitación a penetrar en el laberinto. De igual manera que los primeros cartógrafos escribían sobre sus mapas, la leyenda de que “Más allá”, (de Las Columnas de Hércules -el Estrecho de Gibraltar-) “había monstruos”; el ser humano, cuando siente su primera llamada del deseo, no sabe si experimentar culpa o regocijo.
El Faba niño siempre fue un buen estudiante, especialmente interesado por los territorios del arte. Algunas tardes tristísimas de invierno, al terminar sus clases, (en vez de regresar a su casa, o marcharse a jugar a la calle), se encerraba en la biblioteca de su instituto en Malta, y pedía el volumen del Summa Artis correspondiente a la escultura griega. Aquel proto erotómano se detenía con delectación de sátiro ante las estatuas de los dioses griegos, totalmente desnudos, con sus cuerpos idealizados, sus torsos henchidos de viento, y su sexo al descubierto. No podía terminar de creerse que en la Grecia clásica no hubiera existido el pudor, y resultase tan normal  mostrarse desnudo públicamente.
Entre Algeciras y San Roque, (muy cerca de las antiguas columnas de Hércules), durante el primer viaje familiar en vehículo privado, en un llano donde se extendía un largo puente metálico colgante; descubrió el joven Faba junto a la carretera, este perturbador anuncio de un coñac patrio, cuya imagen copiaría -pasados los años- en esta tardía acuarela.
Por los libros sabía, que el gran Zeus -dios padre de los griegos- gustaba disfrazarse de toro, cisne, águila o lluvia de oro, para seducir y poseer a sus víctimas amatorias, ya fueran dulces ninfas como Europa, Leda o Dánae; o efebos como Ganímedes.
En la colorista valla publicitaria del coñac, Zeus se mostraba de nuevo en acción, dispuesto esta vez a montar a un maletilla. El jovencito torero furtivo, que se habría colado en la dehesa con la profesional intención de realizar sus prácticas, antes de tirarse a la plaza; debió tropezar y caer en su huida, y ahora se encontraba a los pies de la bestia rampante, con su pompis ofrecido.
Qué cuchillos se le clavaron en las ingles al Faba puberto, descubriendo en aquel anuncio su primera imagen pornográfica. Giró el cuello cuanto pudo pudo para seguir contemplándola, mientras el Volkswagen de su padre se alejaba carretera adelante, probablemente hasta alcanzar algún puerto de montaña. Desde lo alto se divisaría todo el Estrecho, con el peñón de Gibraltar, de este lado, y el Yebel Musa en la costa africana. 

El nacimiento del deseo
Gabriel Faba 2007
Dibujo a la acuarela. 16 X 26 cms.


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