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lunes, 31 de octubre de 2011

domingo, 30 de octubre de 2011

La familia metálica


Los rincones altos de la Huerta del Retiro deben ser magnéticos, pues poseen una fuerza natural para atraer  a todos los objetos metálicos a su ámbito. La imagen que hoy reproducimos da buena cuenta de ello.
Como ya vimos en el caso de las esculturas espontáneas, los materiales sufren una morriña de la especie, que les lleva instintivamente a reunirse con sus semejantes.
En la tranquila altura de esta esquina sombreada, se ha instalado una percha de baño, con estantes de rejilla, sobre la que se han acoplado una pareja de aceiteras metálicas, dos cajitas niqueladas de jeringuillas de El Rastro, y un par de tornillos de carpintero, colgados de la madrepercha.
Un apagavelas con bolita en el extremo del mango, y un servilletero del comedor del Hotel Platanus de Budapest, viven en el estante más alto. La soltera del grupo es una pinza con gancho, que se cuelga del techo del sótano, como si fuera una vampira o una murciélaga boca abajo.
A la caída de la tarde, el conjunto reluce como una estrella colgante.

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sábado, 29 de octubre de 2011

La fuente de las gacelas


El cordobán es una técnica de curtido de pieles de macho cabrío, traída por los árabes a Al Andalus, y que se extendió posteriormente por toda España y Sudamérica. La piel flexible y porosa resultante del curtido de la piel con una planta llamada zumaque, permite al artesano, dibujarla, repujarla y bruñirla, hasta elevar cualquier figura o dibujo en relieve.
El guadamecí es la hermana del cordobán. Se obtiene de piel de carnero, (el macho de la oveja), y nace destinada a ser pintada y dorada con plata barnizada de corladura. Su destino es la ornamentación de arquetas, muebles pequeños y libros. También puede ser ferreteada.
El dibujo de Faba que hoy presentamos es un lúdico homenaje a aquellos otros dibujos automáticos que hacen los niños, frotando un papel sobre una moneda. Qué sentimiento de poder aflora después de haber conseguido un parecido tan grande, aplicando tan sólo la fuerza bruta del lápiz. Sin embargo, no deja de percibirse cierta sensualidad en este simétrico ramaje, (que representa al Árbol de la Vida), más allá de lo decorativo. El resultado final parece bruñido en mármol o alabastro.
La culpa del misterio la tuvo Córdoba; la andaluza, que no la argentina. En este mismo cordobán trabajaba el talabartero, cuando entró Faba en su tienda de la calle Lucano de Córdoba. Entre ambos se estableció una alquimia profunda desde el primer momento. Uno quiso conocer más allá de lo normal, y otro quiso mostrarlo y enseñarlo todo. Aquel artista entusiasta del cuero bajó de sus estantes, carpetas rebosantes de plantillas, dibujadas a mano sobre papeles tan variados como el de seda, el vegetal, o la cartulina blanca.
Le mostró los libros originales de donde las había sacado, viejos tratados árabes, y algunas recopilaciones de motivos ornamentales musulmanes, en los que era todo un experto. Cuando apareció la primera plantilla de una gacela, el curtidor ilustrado alcanzó una suerte de éxtasis y comenzó a contar su historia.
“La gacela siempre fue el símbolo de la Alhambra, y no la granada como luego se ha difundido. La Fuente de los Leones del palacio nazarita, no era sino un homenaje y un reto para superar la famosa Fuente de las Gacelas, que arrullaron el palacio de Medina Azara, en Córdoba. Fueron las primeras figuras de animales que ingresaron en la arquitectura musulmana, y por esta causa se hicieron famosas en todo el orbe."
"Tras derruirse el palacio que las contuviera, las seis gacelas de bronce fueron dispersadas. Una se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, otra en el Museo de la Alhambra, otra en, en el Arqueológico madrileño, una más en el Hermitage de San Petersburgo, otra en el Metropolitan de Nueva York, y a la sexta se la da por desaparecida."
       - ¿Qué ocurriría si las seis gacelas volviesen a reunirse en su original emplazamiento? ¿Se reconstruiría el palacio completo, por artes de hechizo y birlibirloque?, -preguntole Faba jocosamente a aquel disertador iluminado; a lo que ambos sonrieron-.
Tras aquel intenso viaje por los paralelos y meridianos del planeta cuero, no le quedó a Faba más remedio, que encargarle a su nuevo amigo el cordobanero, un cuaderno con una gacela en relieve sobre la portada. Lo dejó pagado, en base a aquella sólida confianza que entre ambos se había inaugurado. Y para no irse con las manos vacías, sin nada tangible que pudiera demostrar que aquel encuentro había existido, le propuso comprarle el cordobán del Árbol de la Vida, en el que lo había sorprendido trabajando a su llegada.  
        - Pero si no está acabado,
 protestó el guarnicionero; a lo que Faba replicó:
        - ¿Qué mejor para el árbol de la vida, que no acabarse?
Este dibujo en relieve de aquel cordobán, fue el primero que realizó Faba en el cuaderno de cuero con gacela, que recibió en su casa, unos meses más tarde.



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jueves, 27 de octubre de 2011

Dibujo al hierro




(Se recomienda visualizar la imagen a pantalla completa -F11-, antes de leer el texto.)


El muchacho que se vislumbra en esta imagen, tenía 20 años aquel día de playa. Acababa de pasar la Guerra Civil española junto a su padre y hermanos, abriendo frentes por toda la península. El destino le llevó hasta Los Barrios, un poblado del campo de Gibraltar, donde se le acabaron los tiempos del hambre. Estrenaba juventud hartándose de los placeres de la vida.
Este bañista de 1940 en la playa algecireña de Getares, (frente por frente al Peñón de Gibraltar, que entre nubes, al fondo se vislumbra), muestra su esplendor en la arena, vestido sólo con un bañador de rayas.
La fascinación pictórica de Faba por Goya, le llevó desde muy temprano a interesarse por el grabado. Lo más parecido que encontró a la técnica del aguafuerte, (que pudiera realizar por sí mismo), fue rasgar un viejo pliego de lija al agua con un punzón metálico. Consumió varios en la realización de este dibujo al hierro, pues si hubiera sido al acero, sólo habría necesitado uno de ellos.
Dibujar con luz resulta muy gratificante. En vez de ir oscureciendo un papel blanco, los rasguños producidos en la composición mineral de la lija, permiten asomar la luminosidad del papel, y dar paso al dibujo. Dibujar olas y agua con un punzón metálico, tampoco deja de resultar inquietante
El hecho de que el fondo sea tan oscuro y la luz de los trazos tan leve, da al resultado final un aire sonámbulo, como si la escena, en vez de suceder a pleno sol, estuviera ocurriendo bajo la luna llena. Gracias a esta atmósfera onírica, no le importó nada a Faba que la figura final tuviese tres manos, tres brazos y unos hombros amplísimos, sobre los que se aposentaba una sola cabeza.
La razón para que esto sucediese no fue deliberada. Dibujar en el centro de un pliego de lija, daña la mano apoyada. Por lo cual, una vez que tuvo dibujada la cabeza, para descansar su mano del roce, decidió continuar con el dibujo de las piernas que -al encontrarse a la derecha- le permitía apoyar su mano directamente sobre el tablero. Al ir a juntar las dos partes del cuerpo, se dio cuenta que había realizado mal sus cálculos, e intentó enmendarlo sobre la marcha, siendo éste el resultado.
Percíbense además del rasguño superior en el papel de lija, y de que este joven no tenga ojos, (como no la tienen las estatuas), unos pequeños toques azules índigo, que el dibujante aplicó sobre la lija, posiblemente para contrarrestar algún exceso luminoso.
Por último, y por si alguien lo ha sospechado y quiere confirmarlo, efectivamente, el joven modelo bañista es el padre de los Faba.

Esplendor en la arena
Gabriel Faba. 2005.
Dibujo al hierro sobre papel de lija al agua
20 X 15 cms.


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miércoles, 26 de octubre de 2011

Autorretrato salvaje de una dama

 
Excepcionalmente, hoy presentamos en este blog un retrato de una artista invitada. Se trata de Adela Escartín, una primera actriz española, y maestra artística de Faba, que se vio a sí misma sobre el lienzo, como una diosa naciente de las aguas. Afrodita deseada, Yemayá transatlántica, con cabellos de Gorgona, coronada por el Sol, Marte, la Luna, y la espiral de una caracola como tiara. Sus grandes ojos de sacerdotisa delatan la sangre negra que corría por sus venas. Aunque nacida en Canarias, de padres españoles, la negritud le venía de la abuela Adelaida, una criolla cubana casada con un militar español destinado en La Habana.
Fue temida y admirada por rivales, querida por sus alumnos, a la par que adorada por el público cubano, quien encontró en ella a su Margarita Xirgú del Caribe. “La experiencia hipnótica del público ante la interpretación y transfiguración de Adela Escartín sobre las tablas”, fue como algún crítico denominó al efecto de su gran arte escénico. Este cuadro -avatar casi submarino de Adela- es prueba de su capacidad de metamorfosis, cuando se convertía en personaje.
¿Cuánto vertió de sí misma en este salvaje autorretrato, cultivado de conchas, crustáceos y flores acuáticas? En el interior de su pecho desnudo, puede verse una especie de ranúnculo con luz propia. Su rostro tiene cabellos rubios, y ojos oscuros de pupilas desbordantes. ¿Sería el hijo que no tuvo nunca?,  ¿Dios?, ¿el Diablo?, ¿el alma de la vida?
Hoy se cumplen 98 años de su nacimiento, aunque haga ya más de uno, desde que cantara -en sueños- su adiós a la vida. Sirva este pequeño tributo y homenaje, como regalo de cumpleaños a una mujer, una artista y una maestra, que se convirtió en inolvidable, para todos aquellos que entrecruzaron con ella sus vidas.


ENLACES CON ARTÍCULOS DEL AUTOR RELACIONADOS CON ADELA ESCARTÍN

¿Quién es Adela Escartín?

Adela Escartín o el arte dela transfiguración

lunes, 24 de octubre de 2011

Homenaje al Sol


Al Sol se le adora desde siempre como padre de la vida. No ha habido cultura que no tenga su danza, su monumento, su calendario o su fiesta solar. El Sol es el rey de los planetas, como su hijo el oro lo es de los metales.
El primer carro alegórico construido en la Huerta del Retiro, no pudo ser otro, tras haber visitado su autor los alrededores de la laguna Estigia unos meses antes. El carro del Sol de Faba era un acto de agradecimiento al destino, por haberle dado una segunda oportunidad en ese farragoso asunto de la supervivencia. Presentamos hoy sólo su corona*, cumbre del alto monumento rodante, en que se convirtió finalmente este carro solario.
Todo había comenzado con una lata dorada, que Faba encontró en los soportales de la Plaza Mayor madrileña una cerrada noche de invierno. Relucía en la oscuridad del suelo de granito, junto a los cubos negros de basura. Un objeto tan luminoso llamó su atención, y se sintió fascinado por su brillo como lo haría una urraca. Aquella lata grande de pepinillos en vinagre, importada de Israel, traía aún consigo su etiqueta con letras hebraicas; lo que no hacía sino aumentar su misterio.
El carro del Sol nació de este objeto tan poco destacable. Su tapadera -recortada con abrelatas- se convirtió en el disco solar que remata el carro. Va colgada de una aguja de maceta con forma de girasol, clavada en un tiesto rojizo, en el que crece una pita. Los sostiene una caja hexagonal de latón dorado, comprada cuando Faba era niño, en una tienda de importación de artículos orientales, en Malta. El timón dorado, (que fue en su día un presente amoroso), convierte este monolito de metales en un barco. La linterna de la cúpula de la Almudena viene a sumarse a esta torre de homenaje.
Las persianas blancas colgantes anunciaban la próxima Cabalgata, que habría de realizarse en la Huerta del Retiro con motivo del primer aniversario del Infarto.  

* (En la entrada de mañana, completaremos la visión y descripción del carro completo).

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La flor del desierto


El cuerpo humano es el reloj de arena donde escribe su historia el tiempo. Tras haber pasado Faba todo un invierno explorando la técnica del dibujo a tinta, encerrado en la monotonía cromática del blanco y negro; el primer día que sintió la primavera, a mediados de abril, no pudo resistirlo por más tiempo, y se lanzó a dibujar con pasteles de colores sobre un papel arrugado color tierra.
El modelo lo encontró en una vieja revista porno americana de los setenta, que conservaba en el fondo de una de sus armarios. Aquel joven de pelo claro, al que se ligaba un fornido camionero en una gasolinera del desierto, posó de esta guisa para el fotógrafo; con tan buen tino, que aunque la revista fuera toda en blanco y negro, esta imagen de la espalda completa del muchacho se convirtió en contraportada a todo color de la misma.
Algunos desprecian los dibujos o pinturas basados en fotografías previas. No saben que la pintura siempre es un compromiso con el presente del pintor. No intentó el autor reflejar solamente las formas de duna, del cuerpo de un joven expuesto a la luz poniente del desierto, sino su fascinación por el tiempo y el deseo. Aquel cuerpo que fue joven hacía más de 40 años, ahora ya no existiría más que en esa revista, o en la memoria más libidinosa de quienes se excitaron contemplándolo.
Fue un dibujo realizado sin esfuerzo, no tardó siquiera una hora en acabarlo, todo fue gracia y armonía, entre su necesidad, su sentimiento, y el calibrado peso de su brazo relajado, dibujándolo. Difuminó los trazos de la tiza con sus propios dedos, como si le estuviese acariciando el cuerpo. Gracias a este fundado equilibrio, refloreció sobre aquel papel marchito, la belleza incorrupta de antaño.

La flor del desierto
Gabriel Faba. 2007
Dibujo al pastel, sobre papel de estraza de droguería, arrugado.
(49 X 37,5 cms.)

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sábado, 22 de octubre de 2011

El curso del agua


El movimiento del agua es uno de los fenómenos más difíciles de ser retratado. Su naturaleza incolora la hace volátil a su fijación en una imagen estática; simplemente, desaparece.
Esta fuente de paredes transparentes y cascada de ida y vuelta, radiografía el curso del agua en su caída escalonada. Si se observa el trayecto paralelo a las guías de aluminio, que forman los peldaños de esta cataratilla, puede rastrearse una rebaba blanca con perfil de ola, que acompaña al agua en todo su descendimiento.
En los cambios de nivel, produce al saltar pequeñas colas de caballo -igualmente visibles-; y finalmente, puede vérsela caer como un caño abundante en la poza inferior de la fuente; desde donde el agua habrá de ser remontada, para descender de nuevo.
No existe mejor lavatorio de uvas que esta fuente. Los frutos dorados de los racimos se sienten tan cómodos en esta acequia-escalinata, que a veces se quedan prendidos al comienzo de este curso, dispuestos a madurar y a pudrirse, felices entre las caricias del agua.
El esquinazo rojo inferior del conjunto acuifero, lo forma un trozo de la silla del manipulador del teatro de sombras de la Huerta, que se quebró demasiado pronto, y algún nuevo uso hubo que darle. Pende en el flanco derecho, como un pay-pay lánguido y verde, una hoja de una rama partida de hiedra, que subsiste con su tallo clavado en la poza de esta fuentecilla. 

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viernes, 21 de octubre de 2011

El maestro de la Huerta


La soledad del torero de vidrio en el centro de la plaza, mantiene impresionado y en silencio al respetable.
Lleva medias blancas bajo las manoletinas, protege su cabeza con la montera calada hasta las cejas, relucen la camisa y el chaleco bajo el garabato de sangre de su corbatín. Entre hombros y cintura se ciñe el capote, mantón rojo y viril con el que ejecuta su danza de cortejo. El toro es el estoque vivo que usa la muerte, para conseguir su torero en cada plaza.
El torero de vidrio nació botella de aguardiente. Forma parte de toda esa raza de objetos antropomórficos, (que pirran a Faba), en los que gustan reconocerse los seres humanos desde niños. Los muñecos son representaciones de la vida dentro de nuestros hogares, apaciguan nuestros miedos más atávicos.
Gracias a su natural transparencia, este torero tiene piernas que le sostienen establemente; parece una estatua de cristal sobre una peana de cuarzo. Resulta demasiado alegre para trabajar en un cementerio, nunca podría haber formado parte de un mausoleo taurino.
El torero de vidrio no sabe nada de astados, ni de morlacos, y además nunca ha sido torero; sólo que así lo fabricaron. Por eso actúa en el coso rectangular de la lápida de Quevedo, rodeado de letras en vez de gradas; y si de algo entiende, es de las cornadas que da la vida. Deambula por todos los rincones, llevando la luz consigo donde haga falta. Por aquí se le considera el maestro de la Huerta del Retiro.  

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jueves, 20 de octubre de 2011

Fenómenos postfrutales



En la Huerta del Retiro se recolectan todo tipo de cosechas, unas útiles y otras innecesarias. Entre las primeras se encuentran las floraciones naturales de temporada, como adelfas, dalias, pasionarias, campanillas y exóticas flores de cactus. Entre las segundas se cuentan fenómenos postfrutales, como el que hoy traemos al mirador de esta Huerta.
Cuatro cáscaras de invernal naranja, comidas al sol de la terraza, en lugar de enfilar su destino hacia el cubo de los desperdicios, fueron indultadas. Durante cuatro días seguidos se las colgó de la enredadera, para que el sol, la noche y el viento jugaran con ellas. Había tanta carnosidad y exuberancia en aquellas cáscaras de piel casi humana -fresca, jugosa y grata al tacto-, que daba pena tirarlas. Siendo un material orgánico tan preciado, y modulable además por los rigores de la naturaleza, merecían una segunda oportunidad.
En la Huerta del Retiro se cultivan muchas cosas inútiles, desahuciadas, con un pie en el cubo sucio, el contenedor o el vertedero. El resplandeciente misterio de lo viejo y acabado, reverbera en los materiales más humildes, dotándolos de una gran fuerza expresiva. Suministran un sustrato de misterio a la obra que habrá de realizarse sobre o con ellos.  
Una vez que el vampiro solar les chupara todo su jugo vital, las cáscaras se secaron, enrollándose en sí mismas, formando unas espirales de color naranja y blanco, tan alegres, que sobre aquel cielo turquesa, parecían anunciar una Feria de Primavera en Valencia.

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miércoles, 19 de octubre de 2011

Escultura espontánea


En la Huerta del Retiro se crean extraños artefactos esculturales, atendiendo a la llamada de lo que podríamos denominar la voz de la sangre. Como los objetos están desprovistos de flujo sanguíneo, este parentesco espontáneo entre ellos, podría ser bautizado con más precisión como la atracción de los materiales.
La creatividad se reduce, en la mayoría de los casos, a una alteración infringida por el artífice en el proceso habitual de las probabilidades combinatorias. “¿Y si a esto lo cambio de sitio?”, parece preguntarse el creador plástico en tantas ocasiones, como motor de su trabajo.
Hay otros procesos mucho más maduros, en los que se intenta desterrar el esfuerzo innecesario, y se agudiza la percepción -más que el pensamiento- para escuchar o presentir lo que los objetos o materiales están pidiendo a gritos, pero no somos capaces de percibirlo.
Debería haber estado claro desde el principio, que entre tanta piedra y tanto cactus, los miembros de esta familia ferruginosa quisieran reunirse, de una vez por todas. Una pareja de trébedes portamacetas, (bastante historiados y circunvólicos), se acoplaron tan perfectamente, que terminaron dando a luz a una rolliza bola casi armilar, comprada en una almoneda de Londres; y que probablemente había servido en otra vida como lamparilla colgante de barco.

La estructura invertida del macetero de malla que toca el suelo, parece una jaula; fue la primera e improvisada residencia, que tuvo el canario libre de Santiago,
Otro de los encantos de estas reuniones de familias objetuales, radica en su carácter efímero. Se separan de nuevo, con la misma facilidad con la que se reunieron. De esta forma, los estrafalarios cacharros congregados en la Huerta del Retiro, pueden afrontar otras existencias, atendiendo a nuevas necesidades que vayan surgiendo.

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martes, 18 de octubre de 2011

El Gran Soñador. 2.




El sueño es la vida secreta que realizamos a espaldas de nosotros mismos.
Todos los seres vivos vienen respirando y durmiendo desde hace miles de años;
el sueño es tan viejo como el destino. Aunque salgamos de él rejuvenecidos,
el sueño es la tarjeta de visita que nos envía la muerte a diario.
Observar a alguien que duerme, es robarle un secreto muy íntimo,
poder contemplar  lo que él nunca verá ni sabrá de sí mismo.
Dicen que se sueña en blanco y negro, pero nadie se atreve a ratificarlo.

A LA SOMBRA DEL BLANCO
Este dibujo fue realizado a primeros de mayo, tras una larga temporada de estudio en los dibujos de Leonardo. De los grandes pintores se aprende más copiando los bocetos y las inseguridades de sus estudios previos, (tan vivos e imperfectos), que intentar emular -sin éxito posible- la contundencia pictórica que provocan sus grandes cuadros.
Gran parte del encanto de los dibujos del Renacimiento, (además del talento de sus autores), radica en que están realizados sobre papeles tan artesanos, que nunca llegaban a ser blancos. Por eso, estos grandes dibujantes clásicos tenían que aplicar la luz con sus lápices, sobre aquellas oscuras y rugosas superficies. Las figuras adquirían así un realce luminoso, que las hacían emanar de aquellas brumosas tinieblas de papel, como si fuesen espectros flotantes.  
Si a eso le añadimos lo que ha pintado el tiempo sobre esos dibujos durante quinientos años, podremos entender muchas de las calidades y veladuras de su misterio artístico.
A diferencia del  primero, este segundo Gran Soñador de Faba está realizado con lápiz de punta de plomo y pastel blanco, sobre papel de estraza de frutería plegado. En menos de 5 años, el tiempo y la luz se han encargado de envejecer este sueño masculino de media tarde, haciéndolo más difuso e inhumano.

El Gran soñador. 2.
Gabriel Faba. 2007
Lápiz de punta de plomo y pastel blanco,
sobre papel usado de frutería.
47'5 X 36 cms.


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lunes, 17 de octubre de 2011

Del movimiento de las piedras




A las piedras hay que aprender a entenderlas, como se hace con los niños. Nos creemos que por ser tan pesadas, todo es cuestión de fuerza, a la hora de tratarlas; cuando se trata justo de todo lo contrario.
Las piedras son muy sensibles  y con una natural tendencia al desequilibrio; ellas exigen sus mimos. La primera lección que nos enseñan, es que para moverlas, no se las debe separar del suelo, llevándolas en volandas. En semejantes transportes, sufren tanto su seguridad como nuestros músculos. La piedra hay que moverla con amor y con paciencia: deslizándola lentamente, o girándola sobre sí misma, como un aro poligonal, impulsado por nuestros brazos.
Envolver una lápida bautismal con bayetas y trapos, es como ponerle esquís a un cadáver. Se desliza suave como la seda, prácticamente no pesa nada.
Este fragmento de la lápida bautismal de Quevedo se desplazó en pañales rojos y gualdas, por las rampas y solerías de la Huerta de Retiro, hasta reunirse con el resto de las piezas en su ubicación definitiva.

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domingo, 16 de octubre de 2011

En la Huerta del Cercao



Dibujar retratos es resucitar a los muertos. La niña pequeña de esta familia campestre es la madre muerta de los Faba. El que no había nacido cuando se tomó esta vieja fotografía, fue el encargado de volver a recrearlos, cuando ya todos habían fallecido.
De izquierda a derecha, y de arriba a abajo: José y María de pie, Teresa la madre, sentada, y Juan incrustado entre sus padres. José posa con su niña chica –Teresica- entre las piernas. Tanta personalidad como los rostros, demuestran tener sus calzados. Tres pares de zapatillas, dos zapatitos de niña, y una pareja de patas de silla, bailan entre sí su danza estática.
La vieja fotografía original en la finca del Cercao, está entonada en sepia. Quiso Faba potenciar las edades distintas de los personajes, y aplicó tres tonos de color pastel diferentes. Verde ciruela a los hijos mayores, sanguina para los padres, y sepia para los dos pequeños. Descartó el verde para el arco de ramas que corona el grupo, y lo dibujó color sombra.
El primer paso del proceso fue realizar un boceto a mano alzada en lápiz de grafito. Se benefició el conjunto en este crudo dibujo, más atormentado que arcádico. En segundo lugar realizó –ya con pastel- estudios individuales de los rostros, tanto para calibrar la temperatura del color, como los rasgos físicos y sicológicos de los retratados.


Tras tanto estudio detallado, se lanzó a ejecutar un boceto a tamaño real, probando los colores definitivos. Como -según sus cálculos- necesitaba utilizar 16 folios para alcanzar el formato deseado, se valió de hojas recicladas, fotocopiadas ya por una cara. Y como en un retrato familiar colectivo, el tema de los parecidos es muy importante, lanzó su andamio de cuadrículas sobre los 16 rectángulos, para acotar los rasgos de los personajes.
Consciente de que bajo el pastel -una vez aplicado- no pueden borrarse las líneas guía de la retícula, decidió cuadricular plegando las páginas, en lugar de dibujarlas. El conjunto adquirió una fuerte expresividad previa, como una piel escamada de pliegues, antes de comenzar a ser dibujada.
Según iba profundizando en cada una de las piezas de su retrato gigante, fue dándose cuenta  de estar realizando la versión definitiva del dibujo. La tensión entre los geométricos pliegues, y las formas orgánicas de los cuerpos y árboles retratados, había dado un viraje estimulante a la obra.
Cuando finalmente fueron escaneadas las 16 piezas del dibujo para ser aquí reproducidas, al ensamblarlas, no lo hacían del todo correctamente. Un nuevo accidente técnico imprevisto venía a sumarse a los juegos ópticos entre papel e imagen.
El resultado final ha sido una suerte de entramado, puzle o caleidoscopio, que reproduce una sola imagen desde múltiples facetas. Tal vez esta vía de plegado se aproxime incluso más al funcionamiento de las imágenes en la memoria.

En la Huerta del Cercao
Lápiz Pastel, sobre 16 hojas de Dina-4, plegadas a mano.
(64 cms. X 104 cms.)
Gabriel Faba. 2007.


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sábado, 15 de octubre de 2011

El hombre transparente


El hombre transparente de la Huerta del Retiro no es un androide.
Aunque tiene piernas, no se sostiene erguido, le falta la fuerza de la vida.
Lleva miriñaque de tubo de vidrio verde, estampado con letras y palabras incomprensibles. Se yergue en un ángulo casi recto, ligeramente inclinado hacia adelante; lo que lo emparenta con  la torre de Pisa, o un vigía de barco en su cofa.  
No se trata de una pareja de hombres musculados, sino de uno solo y su reflejo en el espejo, que sirve de linde a esta Huerta del Retiro. Sólo tiene dos dorsos, sin nalgas, nuca, cogote, ni espaldas; la parte posterior de su cuerpo la vendían con el fascículo siguiente, que nunca llegó a comprarse.
Este hombre bifrontal de plástico, tiene dos pares de manos abiertas y profundos ojos blancos. Al ser translúcido y hueco, la luz del sol lo traspasa.
La atmósfera azulada del recinto en sombra, plagada de transparencias y reflejos, le da un aire submarino a la escena, y transforma al hombre estriado en mascarón de proa de un navío hundido, llamado Quinta de Santiago.

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