En la Huerta del Retiro se recolectan todo tipo de cosechas, unas útiles y otras innecesarias. Entre las primeras se encuentran las floraciones naturales de temporada, como adelfas, dalias, pasionarias, campanillas y exóticas flores de cactus. Entre las segundas se cuentan fenómenos postfrutales, como el que hoy traemos al mirador de esta Huerta.
Cuatro cáscaras de invernal naranja, comidas al sol de la terraza, en lugar de enfilar su destino hacia el cubo de los desperdicios, fueron indultadas. Durante cuatro días seguidos se las colgó de la enredadera, para que el sol, la noche y el viento jugaran con ellas. Había tanta carnosidad y exuberancia en aquellas cáscaras de piel casi humana -fresca, jugosa y grata al tacto-, que daba pena tirarlas. Siendo un material orgánico tan preciado, y modulable además por los rigores de la naturaleza, merecían una segunda oportunidad.
En la Huerta del Retiro se cultivan muchas cosas inútiles, desahuciadas, con un pie en el cubo sucio, el contenedor o el vertedero. El resplandeciente misterio de lo viejo y acabado, reverbera en los materiales más humildes, dotándolos de una gran fuerza expresiva. Suministran un sustrato de misterio a la obra que habrá de realizarse sobre o con ellos.
Una vez que el vampiro solar les chupara todo su jugo vital, las cáscaras se secaron, enrollándose en sí mismas, formando unas espirales de color naranja y blanco, tan alegres, que sobre aquel cielo turquesa, parecían anunciar una Feria de Primavera en Valencia.
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