Si copiar a los clásicos es harto atrevido para un pintor autodidacta, atreverse con Goya, fue algo más que osadía en el caso de Faba. Su identificación con el proceso vital y artístico del mirífico aragonés, (que murió octogenario), fue para él mucho más que una referencia artística. Paseaba el Faba convaleciente por el Parque del Oeste madrileño, para encontrarse con su silencioso maestro, al otro lado de la pasarela sobre las vías de los ferrocarriles del norte. Allí percibía sus consejos, y miraba hacia donde él le indicaba. Siempre venía bien vestido Don Francisco, como si fuera de visita a la Corte. Tocado con chistera, y bastón en ristre, no necesitaba hablar ni señalar, para que Faba comenzara a dibujar lo que veía como un poseso.
46 años tenía Goya cuando sufrió su enfermedad maligna e indeterminada; la misma de Faba cuando le sobrevino el infarto. Sus coetáneos lo dieron por muerto y acabado. Enclaustrado por propia voluntad en su Quinta del Sordo, (que así llamaban a la finca, por la sordera de su anterior propietario), se debatía el Goya privado en no perder su capacidad de expresión artística, aunque la sociedad influyente de su época, lo hubiera ya enterrado.
No era la crítica social -como señalaban los críticos- el tema que dominaba el cuadro Vuelo de brujas, sino el autorretrato de su misteriosa y maligna enfermedad. Los brujos eran los otros, los que lo mal llevaban desnudo y en volandas, con tal de no reconocer su talento desproporcionado. Ni siquiera eran brujas las del cuadro, sino tres aguerridos atletas gravitando -como en una fantasía homosexual- en el cuarto oscuro del universo. La teoría de Faba de que Don Francisco sintiese tanta fascinación por los cuerpos masculinos, como por los de sus celebradas majas y duquesas, lo corroboraba con creces este cuadro.
Corrigió Faba al inmenso maestro en la composición de su Vuelo de brujas, y eliminó al burro y a las dos figuras de hombres sobre el suelo, para que el grupo desnudo volara más alto. Hizo estudios previos a carboncillo, lápiz de punta de plomo y pastel, con su propio rostro gritando. E incluso, interrumpió el proceso final del óleo sobre el lienzo, para modelar en barro las figuras de los tres brujos, y poder comprender mejor lo que estaba pintando. Su obsesión con este cuadro de Goya inundó todo aquel otoño de 2005. No sólo estaba copiando la pintura de Don Paco, sino que estaba realizando el autorretrato de su propio infarto.
Tras su retrato con las Torres Gemelas, ofreció Faba en este lienzo, una segunda entrega e interpretación de los hechos autobiográficos. La explosión del hombre que había sido, dio lugar a una nueva vida, que pintaría y relataría, más adelante. La tercera pieza de este Tríptico de la Metamorfosis, habría de ser un dibujo -a gran formato- titulado A la sombra de Faba.
El tránsito de Faba
Óleo sobre lienzo.
33 x 41 cms.
Gabriel Faba. Noviembre de 2005.
RUEGOS FINALES
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