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jueves, 13 de octubre de 2011

La mujer que mordía sus cabellos



La representación del misterio es el destello que diferencia al arte verdadero. Esta esbelta mujer japonesa, que hubiera vuelto locos a los pintores manieristas con su contorno de ola, fue retratada hace cuatro siglos y medio. La atracción que su figura sigue produciendo, eleva a esta obra por encima del tiempo.
Su kimono de huerto florido bajo la luna llena, compite en belleza con su larguísima cabellera negra. Una cascada de carbón líquido brota y cae de su cabeza. El río de los muertos -el Ganges- nace de la frente del dios Shiva. Así sucede con ella, aunque de su nuca brote el río del deseo.
Decidióse Faba a realizar una copia de esta pintura japonesa, sólo porque al final de uno de sus paseos, en una tarde ventosa de enero, un golpe de aire depositó a sus pies un pliego de papel cebolla, en plena calle. El papel era tan pobre, tan frágil y tan viejo, que estuvo tentado, de ni siquiera agacharse a recogerlo. Aunque un click sonó en su cerebro, como si un hada hubiera golpeado una copa de cristal dentro de su cabeza.
     - ¿Y ése formato tan alargado, a qué viene? , -se preguntó sorprendido a sí mismo-.
No era capaz de imaginar en qué tipo de documento impreso o escrito, podía utilizarse una hoja de papel con tan extraño formato. Finalmente la recogió del suelo, con una inquietante sospecha rondándole la cabeza.
Al llegar a su estudio, sin ni quiera quitarse la chaqueta, calculó las proporciones originales del cuadro de la japonesa, con el papel cebolla que el viento le había traído. No le sorprendió nada; ya lo sabía, estaba seguro de ello: ¡Eran exactamente las mismas!
Tras tan portentoso advenimiento de tema y materiales, no le quedó más remedio que abandonar el trabajo en el que andaba, y entregarse por completo a transmitir, (más que reproducir), los caprichos de la bella del cuadro.
En la primera versión que realizó, ella sólo fue una llama, una sombra blanca, un fantasma flotante de luz, que mordía un mechón de su larga cabellera. La japonesa del cuadro montó en cólera, viéndose vestida tan simplemente. Comenzó a avergonzar al pintor, por no haber sido capaz de percatarse, de que lo insólito de su belleza, radiaba también en la riqueza de su vestimenta. Según ella, una mujer vestida con ramas, flores trenzadas, y hasta telas de araña, resultaba mucho más turbadora que una joven campesina desnuda.
Entregose Faba como un esclavo a sus requerimientos, y perdió mucha vista reproduciendo uno a uno, todos los detalles del follaje de aquel jardín en movimiento. Cuanto más trabajaba en su kimono floral, más perfección le exigía aquella tirana del sol naciente. Dibujó y retocó tantas veces aquel lujoso kimono, hasta que el papel terminó quebrándose.
Tuvo que esconderla en una carpeta, en el fondo de un baúl, para librarse de aquella posesión funesta, que había realizado sobre su persona, la terrible y hechicera japonesa.
Meses después, descubrió que se trataba de la esposa del pintor, y que el cuadro en su versión original, estaba pintado con el tamaño natural que tuvo el cuerpo de aquella mujer, que mordía sus cabellos como si fueran manzanas.
Y aunque sintió como una coz la llamada de volver a pintarla, (esta vez al óleo, sobre tabla, y con sus dimensiones reales), Faba la rechazó automáticamente, por el pavor que le dio volver a vivir tan absorbente y cruel relación, tiranizado por una mujer muerta hacía más de 400 años.

Retrato de una dama
Copia de Gabriel Faba. 2006.
Dibujo a lápiz de grafito y carboncillo,
iluminado con pasteles coloreados,
sobre un pliego de papel cebolla.
47'6 X 36 cms.

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