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jueves, 29 de diciembre de 2011

La soledad de los pájaros artificiales


Los pájaros vivos de oro suelen tener más encanto que los de corcho, aunque no suceda así en todas las ocasiones. La vida tiene el mismo perfume que el pan recién salido del horno, a pesar de traer consigo su fecha de caducidad. Por el contrario, la representación de los seres vivos  nace con afán de perdurar.
Este canario de pega, o Frankenstein canarino, fue construido por Faba con la intención de que sirviera de amante circunstancial a Pipino di Siena, -Pipi- , el canario libre de Santiago. Existe alguna fotografía de la cara de aburrimiento infinito del pobre canario, cuando su dueño le metió a este monstruo amarillo en el interior de su jaula. Huelga decir que no le hizo ni caso, ni tan siquiera se acercó a mirarlo. No era lo que necesitaba, le faltaba la vida.
A pesar de este rechazo total, el canario falso siempre estuvo agradecido al vivo. Si no hubiera sido por el uno, el otro no habría existido. Aunque tuviera cabeza de madera, patas de corcho, y un corazoncillo cítrico, sintió la prematura muerte del canario aquel mismo invierno.
Desaparecido el patrón ya no hace falta marinero. Pasó a la fosa común de una fiambrerilla -que lo fue- de carne de membrillo, donde iban a parar los juguetes desahuciados de la huerta del Retiro. Nunca volvió a salir a la luz, más que en las páginas de este blog: en plena juventud, y ahora anciano. Su otrora tersa y brillante cáscara limonera, luce hoy curtida y oscura como si fuese de cuero.
Cuando fue preseleccionado como figurante a las audiciones, (más conocidas como castings), de este Retablillo navideño de Santiago, no tenía más expectativas que las de salir en la foto como figurante. Sin embargo, el entonado colorido de sus piezas, (machacadas por el tiempo, el polvo, y el olvido), dieron muy bien en cámara.
Nuestro aspecto suele contar mucho de lo que somos y también de lo que fuimos. Aunque lo único que importa, es la historia que hayamos vivido, porque ésa termina siempre filtrándose en las imágenes que reflejamos. En el elenco de este Nacimiento sideral del Retiro, él figuraba como el canario viudo de Santiago, por eso quedaba tan bien en pantalla.  
Una vez que se halló frente al agujero negro del objetivo, pensó si no estaría muerto y por tanto a punto de reencontrarse con Pipi, su amante imposible e inolvidable. Nunca volvió a haber en su vida, otro canario que no fuese aquél; por eso siempre estuvo tan solo.
Quizás fuese cosa del azar de participar en el mismo montaje, o algún nuevo milagro de la estrella de mar navideña, el caso es que en pleno escenario del Belén del Retiro, el canario de corcho vio una urna transparente -puesta en pie- repleta de largas plumas blancas.
En realidad, se trataba de un palillero dental que Faba había rellenando, con cada pluma que su idolatrado canario perdía, cada vez que cambiaba su plumaje. Parecióle al autor que este delicado objeto poético -a lo Joan Brossa- podría alcanzar cierto valor ante el ciclorama estrellado de su Retablillo.
Cuando el canario de patas de corcho reconoció a su antiguo compañero en aquel botecito repleto de plumas blancas, se posó sobre él, bajo el manto de luto de la Vía Láctea; y ya nadie, nadie, pudo volver a separarlos.

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