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domingo, 20 de noviembre de 2011

El Frankenstein de los canarios


Aunque no lo vio nacer, Faba siempre lo tuvo por niño. Sin embargo, al canario libre de Santiago le llegó la pubertad como a todo hijo de vecino. Cuando en sus paseos matutinos por la casa, comenzó a detenerse ante los espejos y las patas relucientes de los muebles, buscando el reflejo de alguien de su especie, sobre quien verter sus arrumacos, descubrió Faba que Pipi, (el ilustre Pipino di Siena, que llegó a esta Huerta, volando desde la Toscana), había dejado de ser crío y era ya todo un padre en potencia.
Los silbiditos de amor de un canario son como un largo relinchillo, tan fino, delicado y prolongado, que pueden quebrarse en cualquier momento. Faba, que andaba aprendiendo con Pipi el lenguaje de los pájaros, despedía cada noche a su canarino, con un largo, cálido y agudo relinchito, que hacía que el pajarillo engordase de satisfacción en su palito, antes de entornar los ojos y entregarse al más plácido de los sueños.
Estaba claro que había que buscarle compañero. Porque lo único a lo que no estaba dispuesto su dueño, era a conseguirle una hembra y ponerse a criar canarios en casa. La experiencia  la había vivido de niño, y no le estimulaba nada volver a repetirla; entrañaba muchos trabajos.  Y como tampoco quería tener más pájaros, echó a volar su ingenio.
Su primer intento fue un tanto frankenstéinico. Y no es que usara un cadáver de pajarillo para revivirlo en su estudio a base de rayos y truenos, sino que modeló un canario falso, o un muñeco canario, usando un limón amarillo. Para la cola se valió de una escuadra de lienzo, un corcho de pesca para las patas, y una bola roja perforada, para la cabeza. La unió al limón a través de un palillo de dientes, cuyo extremo sobresalía de la bola como un piquito.
Al canario libre de Santiago, el amiguito cítrico que su amo le había preparado y metido en la jaula, se la reflinflaba tanto, como a un presidiario al que le hubieran dado un espantapájaros para desfogarse. Siguió intentándolo Faba por otras vías, pero eso ya pertenece a otra entrada.
Sin embargo, hoy el altanero canario libre de Santiago, va para dos años que pereció en su propia jaula, bajo el pico de un alcaudón urbano; mientras el pajarillo de limón sigue por los estantes de esta Quinta, aunque su piel -que fuera amarilla- ahora sea un áspero y curtido fruto seco.   


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