Aunque no lo vio nacer, Faba siempre lo tuvo por niño. Sin embargo, al canario libre de Santiago le llegó la pubertad como a todo hijo de vecino. Cuando en sus paseos matutinos por la casa, comenzó a detenerse ante los espejos y las patas relucientes de los muebles, buscando el reflejo de alguien de su especie, sobre quien verter sus arrumacos, descubrió Faba que Pipi, (el ilustre Pipino di Siena, que llegó a esta Huerta, volando desde la Toscana), había dejado de ser crío y era ya todo un padre en potencia.
Los silbiditos de amor de un canario son como un largo relinchillo, tan fino, delicado y prolongado, que pueden quebrarse en cualquier momento. Faba, que andaba aprendiendo con Pipi el lenguaje de los pájaros, despedía cada noche a su canarino, con un largo, cálido y agudo relinchito, que hacía que el pajarillo engordase de satisfacción en su palito, antes de entornar los ojos y entregarse al más plácido de los sueños.
Estaba claro que había que buscarle compañero. Porque lo único a lo que no estaba dispuesto su dueño, era a conseguirle una hembra y ponerse a criar canarios en casa. La experiencia la había vivido de niño, y no le estimulaba nada volver a repetirla; entrañaba muchos trabajos. Y como tampoco quería tener más pájaros, echó a volar su ingenio.
Su primer intento fue un tanto frankenstéinico. Y no es que usara un cadáver de pajarillo para revivirlo en su estudio a base de rayos y truenos, sino que modeló un canario falso, o un muñeco canario, usando un limón amarillo. Para la cola se valió de una escuadra de lienzo, un corcho de pesca para las patas, y una bola roja perforada, para la cabeza. La unió al limón a través de un palillo de dientes, cuyo extremo sobresalía de la bola como un piquito.
Al canario libre de Santiago, el amiguito cítrico que su amo le había preparado y metido en la jaula, se la reflinflaba tanto, como a un presidiario al que le hubieran dado un espantapájaros para desfogarse. Siguió intentándolo Faba por otras vías, pero eso ya pertenece a otra entrada.
Sin embargo, hoy el altanero canario libre de Santiago, va para dos años que pereció en su propia jaula, bajo el pico de un alcaudón urbano; mientras el pajarillo de limón sigue por los estantes de esta Quinta, aunque su piel -que fuera amarilla- ahora sea un áspero y curtido fruto seco.
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