Los espejos pintan por sí mismos. Si además son viejos, el azogue curtido por el tiempo se encarga de aportar sus propias veladuras e interpretaciones de la realidad cambiante.
Esta entonada combinación de reflejos, que presentamos hoy, corresponde a la crónica visual de Faba, sobre la intervención diaria del artífice sobre el jardín mineral de su Huerta del Retiro.
Insertado en una composición de listones y rectángulos, puede distinguirse -a la izquierda- al fotógrafo con sombrero, y su cámara sostenida con las dos manos. Y por si no hubiera suficiente ambigüedad en las lindes visuales de los elementos retratados, un cristal fuera de su marco, se apoya en el espejo, ofreciéndonos un segundo reflejo -desde otro ángulo- de la cara y la cámara de Faba.
Este espejo rescatado del basurero, que se apoya sobre dos tiras de granito, había perdido ya casi la mitad de su azogue cuando llegó a la Huerta. Esta naturaleza mestiza le permite tanto reflejar al hombre y las tablillas de la contraventana; como que por su parte superior, (sólo vidrio transparente), asome el tejado de enfrente, y la radiante luz blanca del cielo en un día lluvioso de marzo.
El filtro de nubes ha dotado a este extraño espejismo, de una economía cromática reducida sólo a dos tonos, como sucede en ciertos lenguajes pictóricos o cinematográficos.
Esta bicromía y ese sombrero que lleva puesto, le da a este espectro doble de Faba un aire como de reportero gráfico de la depresión económica norteamericana de los años treinta, retratada por el pintor Edward Hopper, o el fotógrafo Walker Evans.
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