Cuando el desencanto llama a la puerta, lo mejor es replegarse sobre uno mismo. Atrancar las hojas de los balcones, cerrar las contraventanas sucias de polvo y tiempo; y -si se puede- atrincherarse bajo una lápida. Se trata de hacerse el muerto para poder seguir viviendo; un disparo certero de la inteligencia, frente al fracaso aparente de la supervivencia.
Los camposantos y las Huertas del Retiro, aunque por fuera se parezcan, difieren básicamente en que en las segundas se sigue practicando el sexo.
Por la izquierda de esta imagen hermética, asoma la sombra de la estatuilla del dios Shiva, besando en los labios a la lápida bautismal de Quevedo, como un recuerdo de que su fuerza mortal y destructiva, permite también el aliento del arte y la renovación de la vida.
Mientras hay vida siempre queda esperanza.
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