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lunes, 7 de noviembre de 2011

El caballero azul


57 años contaba Buonarrotti cuando conoció a su discípulo y amado Tommaso Cavaliere. Tras el encuentro con aquel hermoso aristócrata de 22 años, el gran artista de Italia quedó cautivo de su embrujo hasta el último de sus días. Los famosos Sonetos que escribiera Miguel Ángel, están inspirados por y dedicados a su gran amigo Cavalieri.  “¿Quién me defenderá de tu belleza?”, se preguntaba en uno de sus versos, el artista desesperado.
Andaba estudiando Faba los dibujos de madurez de Miguel Ángel, cuando descubrió el Retrato de un joven Caballero, que según la tradición había tenido por modelo al mismo Tommaso Cavalieri. De aquel dibujo sorprendía su desnudez, sólo trazo limpio y emoción pura. La mirada transparente del artista maduro -en las puertas de la vejez- se rindió ante la radiante juventud de su modelo.

Digirió Faba todo este viaje emocional por la vida amorosa del vetusto Miguel Ángel, realizando dos copias del retrato del joven Caballero: una, a lápiz sobre el cartón ondulado de una caja de bombones; y la otra, grabada con la punta de una llave sobre una cartulina de plata.

Su propia versión del tema lo volcó posteriormente en este Caballero azul, realizado con dos delicadísimos materiales: lápiz de ojos de color azul pálido, y papel de parafina alimentaria. El primero procedía de su época como actor de teatro; y el segundo lo había encontrado en el contenedor donde se vertieron los restos del antiguo molino de chocolate, El Indio, cercano a la Gran Vía madrileña.

Dibujar un rostro con lápiz de ojos, sobre papel pulido de parafina, no es igual que poner una raya bajo una pestaña. No existe posibilidad alguna de borrar, cada trazo es definitivo, no pueden cometerse errores. Esta tensión artística expresa la misma angustia del dibujante, ante la fijación desnuda de sus sentimientos.

Como la parafina es traslúcida, decidió el autor fijar su dibujo a un cristal grueso, que era la tapa de una cajita de madera. Colocó en su interior una lamparita, de tal suerte que el retrato podía ser visto, o con luz natural exterior, o surgiendo ésta del rostro del caballero.

Gracias a este improbable enmarcaje, El Caballero azul nunca ha sido sólo un dibujo, sino un objeto con luz propia, y de presencia tan contundente como la de un pequeño busto de alabastro. ¿Habrá tenido algo que ver en esto, el mismo Miguel Ángel?


El caballero azul
Gabriel Faba. 2005.
25,5 x 17,5 cms.
Lápiz de ojos, sobre papel de parafina alimentaria.

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