Los atardeceres tempranos de diciembre sacan brillo a las sombras. Gusta Faba de pasear con sombrero por la Quinta, y capturar sombras en esas tardes propicias para la caza luminosa.
El testero principal de la Huerta luce cuajado de cerámica sienesa, tras la silueta del fotógrafo. Cierto es que la Quinta de Santiago lleva siendo años humilde Consulado de Siena en el Madrid de los Austrias, y que la indómita y hermosísima ciudad toscana ocupa también un lugar prominente en el corazón de los Faba.
Las heráldicas y almendradas piezas vidriadas que tanto relucen en la presente imagen, son los escudos y emblemas de algunas Contradas, (barrios del casco histórico), de las 17 que compiten en la carrera del Palio de Siena, una de las más distinguidas y artísticas de todo el orbe equino. El Palio se celebra en honor de la Virgen, el 16 de agosto, en la insólita plaza del Campo de Siena, a las puertas de su gran Palazzo Communalle.
Las contradas con sucursal en este consulado sienés de Santiago, son de izquierda a derecha: la de la Oca, fiera y altiva como el ave que la representa. Lleva lazos de victoria anudados al cuello, y sobre su cabeza, gravita la corona real, con la que el rey Humberto I de Italia, distinguió a todas las contradas sienesas.
El escudo central y más grande pertenece a la Contrada del Dragón, (Il Draco), ganadora del Palio de 2001; en medio de sus desfiles y cantos de victoria arribó Faba por primera vez a Siena. El verdoso dragón rampante lleva una rana azul como estandarte, y una corona dorada de 5 picos, levitando sobre las escamas de su cabeza.
La Contrada de la Lechuza (Civetta), otea desde lo alto, siempre vigilante, posada sobre una rama de roble. Coronada por Humberto como las otras contradas, ofrece en sus costados dos letras U y M, como anagrama indescifrable. Por último la Contrada de la Jirafa (Giraffa) aporta su toque exótico a esta república sienesa de cerámica, tan alejada de África. El pajecillo que la conduce como palafrenero, parece haberse extraviado del cortejo de los Reyes Magos. En lugar de corona, luce una pancarta donde recuerda -en latín- la distinción que le otorgó el primer rey de Italia.
Justo es mencionar al autor de estas insólitas y elaboradas piezas. Los Fabas se las compraron a un artesano ceramista, que tenía su taller-tienda, a espaldas del Baptisterio del Duomo de Siena. Su negocio no se regía por un horario fijo, dependía de las ganas de trabajar que su dueño tuviese. Si te pillaba dentro de la tienda, cuando se aproximaban las 12 de la mañana, el ceramista estrafalario mandaba salir a la clientela, porque tenía que preparar su almuerzo. Conseguir estas piezas no resultaba ni sencillo ni barato. Había que volver varias veces e insistir para poder salir con una de sus preciadas cerámicas bajo el brazo.
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