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viernes, 30 de diciembre de 2011

La tentación de las tinieblas


Jesús el pastorcillo trabajaba de camarero en Strong Belen, el club de ambiente más frecuentado y afamado de toda la comarca. Instalado en varias cuadras comunicantes de los establos del Rey Herodes, contaba con el cuarto oscuro más grande que pueda imaginarse. Los más primitivos pastores, los soldados y centuriones romanos más bizarros, los funcionarios más conspicuos de palacio, y hasta la curia más selecta del templo, se mezclaban en esta capilla nocturna del vicio masculino desatado. Una puerta con cortina daba directamente al campo, donde aquellos rudos varones se gozaban bajo el cielo estrellado.
Dada su extrema juventud y apostura, Jesús está acostumbrado a recibir todo tipo de propuestas carnales, que le llegaban de hombres de todos los credos, edades y clases sociales. Por supuesto que él nunca accedía, bien al contrario se jactaba de seguir siendo virgen a los 17 años. Esa rotunda igualdad de todos ante las leyes de la carne, le inspiró al pastorcillo su futura doctrina humanista, que saltó a religión por arte de sus discípulos.  
Una noche previa al fin de año, hubo tanta concurrencia en Strong Belén, que a Jesús no le quedaron fuerzas para regresar caminando hasta su bosque de cardos gigantes. Se quedó dormido en el puente de vidrio sobre el río fosilizado.
Se dice que los puentes están construidos todos por el diablo, y que el precio que cobra el ingeniero del infierno, es el alma del primer ser humano que por él pase. El demonio de la Huerta del Retiro -“que haberlo, hailo”- vivía disfrazado bajo la piel de un Cupido rubicundo, que no sólo disparaba sus flechas sobre sus víctimas. Se pasaba las noches en el cuarto oscuro de Strong Belén, ofreciendo manzanas a todos los reunidos en aquel fétido laberinto de cuadras.
Aquella madrugada -tras terminar su trabajo- al encaminarse el demonio a la Torre del Oro donde habitaba, se quedó prendado de un muchacho dormido, que encontró tendido sobre el puente. Con qué rijosidad y lascivia contempló a su bello durmiente, más aún sabiendo el destino común que les aguardaba. Iban a ser enemigos eternos; y eso, el diablo con faz de niño pudo leerlo en el sueño del pastorcillo. Cuántas malas ideas pasaron aquella noche por su cabeza, mientras mordía sus  manzanas.

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