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lunes, 12 de diciembre de 2011

El relojero de la Antártida


El joven montañero Florian Schmidt pertenece a una familia de relojeros vieneses. Es el sexto Florian Schmidt de la familia, y fue el constructor de la torre del reloj de la Antártida. Entendió bien el espíritu de la Huerta del Retiro, y se entregó a recrearlo en su monumento a la relojería y al tiempo, en homenaje a sus antepasados, y a su nueva residencia en la Quinta.
Florian Schmidt interpretó los grandes bloques de hielo, (con los que quería alzar su torre), como placas de embalaje de poliespán, conocido también como corchopán o corcho blanco. Este material ligero compartía con el hielo -entre otras cualidades- su naturaleza traslúcida, algo que le interesaba especialmente a Florian, pues creía firmemente que en ella residía el ése era el perfume luminoso de la Huerta.
Utilizando como base una vieja caja de madera*, (que en sus tiempos de estudiante, encontrara Faba en una ruinosa casa del centro de Granada), incrustó sólidamente tres planchas de corcho blanco, calzadas con cuñas a las cuatro esquinas de la caja.  Sobre los tres mazacotes blancos que daban cuerpo a la torre, colocó una bandejita galletera de una caja de Surtidos Cuétara. Había decidido plantar un jardín en la azotea, como lo había hecho Isamu Noguchi sobre los rascacielos de Manhattan.
Antes de llenarlos de tierra, perforó los compartimentos de la bandeja, para que el agua drenase; y plantó pétalos de Rosa de piedra, una rara planta crasa con la virtud  de regenerarse completa, a partir de una sola de sus hojas, como las estrellas de mar lo hacen. Cuando crecieron sus hojas plomizas y carnosas, Florian Schmidt espolvoreó cada arriate con pétalos triturados de adelfa rosa.
Los muros verticales de la torre eran territorio exclusivo de los relojes. En la fachada principal colgaba la gran esfera blanca del reloj de la Antártida, con sus números romanos y sus manecillas negras. Algunas cuarcitas blancas reposaban en los huecos que dejaban entre sí las placas.
En el lateral izquierdo se adosaban -a modo de zócalo- los trozos de vidrio de la esfera rota del reloj de la familia Florian. La fotocopia de su esfera completa, antes de quebrarse, cubría el resto del muro. Por alguna lluvia que debió caerle, quedó al secarse como un reloj blando. La borrachera del tiempo siempre resulta una broma macabra. 
En la presente imagen, el joven Florian Schmidt, constructor de relojes monumentales, posa satisfecho -siempre en bávaro traje corto- ante el ala de relojes y el jardín elevado de su Torre del reloj de la Antártida.

* En esta misma caja viajaron y vivieron durante muchos años, la pareja de azulejos de cuerda seca con el nombre de Huerta del Retiro.


                                                 . Antártida en construcción

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