La torre del reloj de la Antártida es una carroza varada en los hielos del Polo Sur, que no hizo nunca su desfile. Las cabalgatas de figuras de hielo que se organizan en las festividadess del Círculo Polar Antártico, no circulan sobre ruedas: se deslizan -como trineos- por las calzadas de nieve prensada.
Arramblada -desde hace años- en un costado de la plaza de la capital de la Antártida, todos los esquimales y militares de Bases y Observatorios cercanos, al pasar, miran hacia el reloj de la torre, buscando algo más que la hora; su presencia les reconforta. Nunca ha dejado de funcionar, a pesar de las ínfimas temperaturas que por estos pagos se registran. Esta torre -para ellos- está viva.
El tiempo patina sobre la esfera del reloj con el cuchillo de sus agujas.
Gabriel Faba realizó esta Carroza-Reloj para el Jardín de Invierno de la Huerta del Retiro. La dispuso en un rincón, a los pies de la gran Puerta Atlántica, y bajo el ciclorama de agua congelada que cubría la blanca baranda. Atornillada al pasamanos, navegaba la maqueta de un majestuoso Bric-Barca de casco verde, con todo su velamen -color té- desplegado.
En la plaza del reloj de la Antártida se reunen a la caída de la tarde los muñecos militares Madelman, con sus grandes anorax de plumas, sus esquíes y sus perros. Desde las escalinatas de piedra blanca, (que forman los pedazos de la lápida de Quevedo, amontonados), contemplan las largas noches blancas, conversando y bebiendo a los pies del tiempo.
Desde el otro lado de la calle, los observan tres pinguinos, junto a un iglú cerrado.
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