Pintar es otra forma de amar. Todos los pintores aman a su perla o a su jazmín, mientras los retratan. El ojo de un mirador profesional tiene más peligro que un falo erguido; así de excitante resulta mirar y consentir en ser mirado. El hijo de este acto amoroso es el cuadro, que no es un reflejo de la imagen real, sino de los deseos imaginarios de pintor y modelo.
El desnudo es la creación más sublime del arte de la pintura. ¿Qué ocurre cuando además de la modelo, se desnuda también el pintor? Que se invoca a la belleza como meta. Un cuerpo radiante de juventud, puede ser visto al desnudo, tan hermoso como un cuerpo viejo mirado con amor.
Gabriel Faba y su única modelo mujer -la sublime Sofía Quirell- trabajan en un tórrido mediodía de agosto ante el luminoso espejo del salón del pintor. Adviértese que Faba ha añadido a sus ojos, la pupila mirífica de su cámara fotográfica. Si Leonardo o Rembrandt hubieran podido usarla, habrían hecho muchos bocetos fotográficos, como los comenzaron a realizar tempranamente los pintores Impresionistas, o el mismísimo Francis Bacon, quien amasaba la emoción de sus cuadros en base a un proceso fotográfico previo.
Bocetando o fotografiando, se está empezando a configurar el cuadro, su atmósfera, su composición, su tema. La ceremonia de la pintura comienza cuando pintor y modelo en un cuarto se encierran. El misterio de lo que sucede en esa habitación, es lo que algún día deberá irradiar el cuadro, detenidos en él, tiempo y deseo.
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