Esta mano-florero de cardos representa la atracción que producen sobre Faba las siluetas proyectadas por objetos o seres opacos. Las sombras sobre la pared constituyen el primer teatro de la historia y el origen de nuestra filosofía. Aquella retahíla platónica sobre la caverna y las sombras se sitúa como el origen del pensamiento racionalista en Occidente.
Con nuestras manos podemos producir las sombras animadas más fascinantes. ¿Quién no ha hecho una cabeza de conejito con la mano, usando el dedo corazón y el índice como largas orejas de punta; el pulgar como nariz, y los dos restantes como dientes y labios?
Las sombras son los primeros espectros de la historia. Las sombras chinescas nacieron de este misterio resucitatorio a la luz de las velas, y se convirtieron en otro teatro, que se extendió por Eurasia y el norte de África. Los partidarios del Napoleón desterrado en la isla de Elba, se valían de un bastón torneado, que proyectaba el perfil del emperador, como contraseña de acceso a sus reuniones secretas. En determinados templos de Tailandia, asistir a una representación de sombras, produce un efecto medicinal y terapéutico sobre el público.
Son las sombras para Gabriel Faba un juguete perverso del arte. Te ofrecen resuelto el dibujo, pero cuando vas a atraparlo, siempre se escapa. Nos pasamos la vida intentando reconciliarnos con nuestro lado oscuro, sin saber que sólo lo lograremos cuando estemos muertos. Ahí radica la fascinación de la sombra. Quien atrapa la sombra, cree detener el tiempo, y controlar su propia muerte. ¡Falacias! En esto de la existencia, el fin es el medio.
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