Ayer desmontaron el andamio que ha sido el burka de esta huerta aérea durante todo el mes de agosto. Para celebrarlo hoy hemos mirado con prismáticos lo que queda del horizonte de Madrid, y hemos intentado volver a cazar trenes blancos entre los nuevos edificios de la lontananza. En último lugar, y no menos importante, hemos inaugurado este blog, que quiere ser los ojos de su hermano fronterizo Huerta del Retiro, donde impera la palabra todos los jueves del año.
De derecha a izquierda pueden contemplarse entre las casas, el pináculo de la iglesia de San Nicolás de los servitas, la cúpula grisácea y chata -como de mezquita otomana- de San Francisco el Grande; la efigie vertical de la torre-cúpula de la Iglesia Arzobispal Castrense, el campanario de la Capilla del Obispo, adyacente e inferior al potente tambor barroco, que sostiene la cúpula de San Andrés. Cinco pináculos herrerianos de la Casa de la Villa pueden distinguirse entre la maraña de antenas. A su izquierda puede rastrearse la parte superior de la cruz que remata una bola, que sostienen un par de angelotes sobre la iglesia de San Miguel, sede religiosa del Nuncio del Papa. Y entre las chimeneas antropomórficas y los ombligos volantes de los aires acondicionados, pueden divisarse, agazapadas bajo un racimo de nubes rosadas, las dos torres y la cúpula de San Isidro, que fuera Catedral de Madrid, antes de que Juan Pablo II consagrara la Almudena como sede catedralicia definitiva de la capital de España. Y por último, se descubre la torre mocha en tono rojizo, (réplica romántica de la torre del Mangia del Palazzo Communalle de Siena, joya de la arquitectura gótica civil italiana), de la iglesia de la Santa Cruz, en la calle Atocha.
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