Los japoneses siempre usaron el pincel para escribir. Quizás por eso el verbo que designa la acción de pintar y la de escribir sea el mismo: lo que se hace con el pincel. En Occidente damos por hecho que la pintura y la escritura son oficios muy diferentes: una se activa desde el hemisferio derecho, (el lado que rige los sentidos); y la otra con el izquierdo, desde donde se gobiernan las palabras y los razonamientos.
La mano de Faba que escribe unas cifras con lápiz de carpintero, no usa pincel para ello; aunque escriba bajo la airosa caligrafía de Atsuki, (su maestro de caligrafía), quien pintó con pincel -y a dos tintas- el logotipo de su tienda en todas las bolsas: Desde Japón, un negocio de importación directa de la patria lejana, que incluía alimentos frescos.
Si algo aprendió Faba junto a su maestro, fue que los sinogramas que configuraban el contenido de la caligrafía japonesa, no había que ejecutarlos sólo copiando un modelo perfecto, y aprehendiendo con la razón y sus reglas lógicas, a trazar correctamente el recorrido del pincel para conseguir ciertas formas significantes, o kanjis.
El alfabeto ideográfico hay que aprenderlo con los músculos de las manos y los brazos, con el ángulo de inclinación del pincel; con la fuerza del trazo, según se acerque un cruce, o el final de trayecto. Hay que deslizarse como una nave avanza en un sereno estanque; o dar taconazos de tinta sobre el papel de arroz, y no romperlo. Sólo de esta formam podrá lucir en todo su esplendor la vida que encierra su significado.
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