El teatro Kabuki nació para dar placer a los que lo contemplaban. No podía ser de otra manera, cuando su creadora, Okuni, (una bailarina del templo Kitano de Kioto), montó -allá por 1603- una compañía de danza, formada por hermosas mujeres marginadas, a causa generalmente de un pasado de prostitución. Aunque Okuni comenzara a actuar en la orilla de un río seco, pronto fue reclamada para danzar en los locales más promiscuos, (y no por ello, menos distinguidos) de Kioto.
La incorporación de la vida licenciosa de los amantes a sus danzas, no hizo sino ganar partidarios para este primer teatro picante, o sicalíptico de todo Japón. La audacia sexual de Okuni en los mojigatos tiempos de los shogunes Tokugawa, llevó a la prohibición de este arte escénico a los pocos años de su nacimiento. Cuando fue legal de nuevo, sólo se permitió que lo interpretasen hombres.
Si Okuni no tuvo ningún reparo en representar roles masculinos, (como el samurái, el monje o el cristiano), en su compañía de féminas; los gobernantes de Japón se vengaron de este descarado teatro femenino, desterrando a las mujeres para siempre de la escena Kabuki. Los personajes femeninos pasaron a ser interpretados, primero por muchachos, y posteriormente por hombres maduros, haciendo nacer la más peculiar figura del teatro japonés: los Onnagatas.
“El Onnagata no representa a una mujer, sino la esencia de la mujer, como lo haría un escritor o un pintor construyendo o dibujando a su personaje femenino: desde la mirada de un hombre”, así lo declara Tamasaburo Tandó, el actor onnagata más famoso y reconocido de Japón. De él se ha dicho que es la Gioconda japonesa, intentando sugerir con esa imagen, su irresistible misterio y encanto: cuando Tamasaburo danza, no puede dejar de mirársele.
Aunque Faba vive subyugado por la cultura y la estética japonesa, (y en parte se gana la vida con esta fascinación privada), las estampas niponas no han sido un motivo dominante en su producción plástica. Se reducen a sólo tres piezas: La mujer que mordía sus cabellos, y La flor del samurai, junto a este Onnagata con kimono de sombras.
Lo que sí puede afirmar con certeza el pintor, es que las tres ocasiones fueron especialmente intensas e irremediables. Una fuerza superior a él le obligó a dibujarlas, porque a las tres figuras humanas representadas, quería comprenderlas para poseer su misterio fascinante.
Onnagata con kimono de sombras
Gabriel Faba.
Dibujo a lápiz de punta de plomo. 29 X 21 cms.
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