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viernes, 17 de febrero de 2012

Teatra "quiere salir" en ARCO


Entre Beckett y Zurbaran fue el emblema verbal que eligió Teatra, para aquel número blanco, el cuarto, que también se presentó en ARCO 85. Los colegas de la -en tantos sentidos- vecina revista, La Luna de Madrid, se valieron del titular, Un torrente de semen creativo, para definir aquel parto blanco y lechoso de Teatra.
Lo cierto es que en ARCO 85 puede decirse que Teatra llamó la atención. En la pared del fondo de su stand se había reproducido la tipografía de la portada de la revista, con una moscarda negra de plástico, en lugar de la primera A de Teatra. Aunque las letras fueron dibujadas a escala, recortadas en chapona con sierra de marquetería, y finalmente pintadas de negro; la moscarda hubo que sustituirla por un cenicero de cobre con forma de polilla, que gentilmente cedió a Teatra la madre de Anne Serrano, mientras duró la feria.
A las paredes enteladas laterales se le adhirieron numerosas moscardas de plástico, lo que le daba al receptáculo ferial un cierto aire de bakelito de Tánger, cuajado de moscas entre piezas colgantes de carne. En los urinarios masculinos de la feria, la redacción de Teatra depositaba furtivamente, a diario, moscardas negras con alas de poliuretano, para que todos mearan sobre ellas, sin que nadie se atreviese a cogerlas.
Aunque hay que reconocer que La columna de las Maripuris, que Alfonso Berridi elaboró expresamente para el stand de Teatra 4, marcó un hito en aquel ARCO 85; al menos en un cierto sector del público. Un artefacto tan sencillo, ingenioso y divertido, no podía dejar de llamar la atención, a pesar de su realización tan povera.

En el interior de un tubo transparente, erguido en un macetero metálico, pendían colgadas de hilos las siluetas de unas muñequitas de papel, que se agitaban como cometas dislocadas ante el golpe de aire, que lanzaba un ventilador situado en la base del aparato. Sobre la rejilla circular del suelo, se habían depositado numerosas fotocopias de moscardas recortadas a su tamaño, para que con el aire revolotearan alrededor de las Mari Puris agobiadas.
Hay que reconocer, que Berridi en la Columna de las Mari Puris puso el alma. Se comportaba con su obra como un director de orquesta. El complemento final que le faltaba a su artefacto, era dotar de voz a las desesperadas muñecas-fotocopia, que querían abandonar aquel tubo donde todo era viento. Por eso debían gritar:
- Quiero saliiiiiiiiiiiirrrrrrrrrrr, quiero saliiiiiiiiiiiiiiiiiirrrrrrrr, quiero salir……….
Con una pequeña grabadora de reportero, toda la redacción varonil de Teatra comenzó a impostar sus voces hasta el falsete, gimiendo y gritando sotovoce el susodicho lema. Berridi, que para dar cierto colchón sonoro a la grabación, había encendido una maquinilla de afeitar, comenzó a exigir improvisación a su coro de sátiros teatrarios, que siseaban su vuelo colectivo de moscardas, hasta que la catarsis del falsete comenzó a dar sus propios frutos solistas:
- Sí, siiiiiiiii, siiiiiiiii, quiero salir de aquí;
- Sí, quiero salir, salir, salir; sacadme de aquí.
- Quie-ro-sa-lir; quie-ro-sa-lir
- Quiero salir, quiero salir, por fin…

Si la redacción disfrutó como una enana grabando la voz de las Mari Puris dentro de aquella buhardilla del Madrid de los Austrias, (tan cercana al viejo Viaducto de Rafael Cansinos Assens, -maestro de Borges- y a toda la carga literaria de El Movimiento V. P. y los poetas ultraístas); los niños de ARCO 85 se quedaron prendados y enganchados a la columna parlante de Berridi: era lo que más les interesaba de toda la feria.


Se arrodillaban en la moqueta, delante de aquella columna viviente que gritaba por lo bajini, y se quedaban embelesados, viendo a las Mari Puris de papel, volar y gritar como brujas de Goya, dentro de un tubo de plástico. Les relajaba oírlas chillar y quejarse, agitadas por el viento, rodeadas de moscas, y dando bandazos.
Cada cierto tiempo había que apagar el ventilador, para que no se quemara el motorcillo, y pudiese aguantar los seis días de la Feria. Algunos niños protestaban enérgicos; otros se sentaban a esperar. Pasados unos pocos minutos, se acercaban a la mesa, y pedían con voz lastimera:
-  ¿No podéis volver a enchufarlas un ratito?




Fotos: JUAN ANTONIO VIZCAÍNO

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