Escribir es revolver cajas. La caja es el contenedor más fascinante de todos los tiempos. No sólo se guardan cosas dentro de ellas, sino que además, se captura al tiempo involuntariamente.
No recuerda Faba con exactitud la procedencia de esta caja de dedales de acero niquelados. Debió adquirirla en alguna mercería madrileña, en las que excavaba -más que curiosear- como un arqueólogo en busca de tesoros relativos. Quizás se la regalara su amigo Tin-Tín de Vigo, tras alguno de sus viajes alrededor del mundo… lo cierto es que por aquí se ignora el origen de este objeto sensible.
Hubo un tiempo en la Huerta del Retiro, en que al artista norteamericano Joseph Cornell, se le veneraba como a un divino Maestro. Gracias a la metodología arbitraria del Surrealismo, (al que se adscribe a este insólito artista plástico), Cornell pintó su obra, (o quizás representó su teatro), con cornucopias, cartas estelares, cajetillas de fósforos, botones perdidos de abrigos, alfileres de acero, viejas etiquetas de mercería, cuentas de vidrio, corchos de vinos… Podría decirse, que en los espacios poéticos que Cornell creaba en el interior de sus cajas con cuarta pared de vidrio, podrían haberse sentido igual de cómodos, tanto el astrólogo Rey Basilio calderoniano, como el inmigrante más desgraciado de Brooklyn, en el teatro de Arthur Miller.
Al abrir la primorosa y germánica –por austera- tapa de la cajita de dedales, encontróse Faba con esta camada de dedales, brillantes como estrellas, y oxidados como lapas. ¿Cuántos años llevarían ahí dentro, pasando el tiempo entre algodones, y envejeciendo de herrumbre? ¿Qué gota aviesa o qué humedales, atravesaron el cartón de la cajita, y en vez de ser absorta por el algodón, fue a parar sobre los dedales metálicos?
Un objeto que despertaba tantos interrogantes, tenía por fuerza, algo que ver con el arte. Invocando la autoridad de Joseph Cornell y Marcel Duchamp, decidió publicar su hallazgo, compartirlo en su blog con sus lectores, y bautizar al objeto como Los dedales del tiempo. Han pasado sólo cinco horas desde su descubrimiento. No hemos podido resistirnos a compartirlo.
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