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sábado, 7 de enero de 2012

Descartes del Retablillo de Santiago


Abre esta entrada de extras inéditos, una escenografía para una sesión de magia y luz negra, que se consiguió a partir del catafalco transparente con plumas de la cola de Pipi, (el canario libre de Santiago), y las cabriolas de una estrella funambulista.  

El Arcángel San Miguel de la Huerta –nacido austriaco- se volvió hacia el infinito para retratarse con el forillo de la Vía Láctea del Retiro, bajo una guirnalda brillante como sus alas de oro y plata.

Este ratoncillo con ojo bailón, es una goma de borrar petrificada, que vive en el bosque de cardos gigantes, donde gusta dormir, a veces, Jesús el pastorcillo.


El fantasma de este Strong-Belén estrafalario es de color verde lima. Cubre con una sabana de tul su cabezota de peladillas, y lleva al cuello gargantillas de rayos verdes y flores amarillas. El ratoncillo Pérez (un tanto convencional en su aspecto), se muestra alerta ante una presencia tan ácida. Esta imagen sirvió como christma para la niña Livia de Siena, ya que sus dos protagonistas proceden de la canastilla-recuerdo de su Primera Comunión, celebrada el último mes de mayo.


Esta grulla japonesa -princesa de la papiroflexia- nació en un aula de teatro, de manos de un estudiante de escenografía, aficionado a las artes orientales. No se sabe qué poder despliega para estar rondando por cualquier parte; lo cierto es que ha conseguido resistirse a ser encerrada en un caja, o entre las páginas de un libro. Tiene una extraña virtud esta grulla de papel, y es que puede detectar dónde hubo un pájaro vivo, antes que ella. Como un Espíritu Santo que se hubiera quedado a cuadros, levita sobre el catafalco plumífero de su colega Pipino di Siena, otrora –como él- pájaro libre.


Esta raíz de alga de la Costa de la Muerte, no llegó a hacer buenas migas con esta bola de espejitos discotequera. Su desequilibrio detenido le otorga cierta tensión a la imagen; como si fuese una perla de espejos en el interior de su concha. 


De tan inquieta y juguetona que es nuestra estrella de mar navideña, ha corrido serios peligros en estas dos semanas de guardia en el cielo belenífero. A punto estuvo de perder algo más que una pata, cuando se cruzó con un vuelo charter, que llegaba a Strong-Belén cargado de peregrinos.


La abuela de la estrella de mar, además de grande, robusta y gorda, llevaba en la otra cara, pintado un Papá Noel de traje rojo, con guantes blancos y botas negras. Parecía desconchada por las puntas, tanto o más que su nieta, la estrellita de mar alfeñique.


Estos caganets no dieron bien en cámara, desde un principio; el falo mullido -contra el que apoyaban sus posaderas- les quitó todo el protagonismo. La banderita suiza rayando el glande de goma, disuadía completamente de alguna posible intención pornográfica. Haberla publicado en Nochebuena no hubiese terminado de encajar a la perfección con el espíritu de la fiesta; por eso se quedó en el trullo de los olvidados.


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