Preservar la intimidad nos hace dignos. Con la misma entereza, el soldadito de plomo vikingo vigilaba de día y de noche, para que nada ni nadie interrumpiese el caudal de energía eléctrica que abastecía a la Huerta. De ella dependían no sólo las ristras de bombillitas de la baranda; sino también el agua de las fuentes, y las herramientas eléctricas que facilitaban las tareas manuales de Faba.
Con su escudo, su lanza, su casco plano y su cota de malla, el guardián de la electricidad, (adquirido por Faba en la tienda del Museo Británico de Londres), se sentía resucitado para las grandes hazañas épicas. Probablemente sería el habitante más diminuto de la Huerta, pero su responsabilidad era -entre todas- la más alta. Si llegara a fracasar en su misión, y la electricidad se perdiese en la Huerta, resultaría un suceso tan grave, como si el sol y su luz no regresasen cada mañana.
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