Antes de la representación, el manipulador de sombras comprueba la perfecta iluminación de su teatro de Rioanjizivi, proyectando su propia silueta sobre los tatamis de la Quinta, donde se acomodará finalmente el público.
Vestido con su kimono verde, apoya sobre su nariz el pulgar de su mano abierta, para ofrecerle una airosa piruleta al respetable ausente. Los manipuladores de sombras saben tanto de perfiles como los numismáticos, los filatélicos, o los retratistas chinos a la tijera; todos son maestros en sacarle el mejor partido a un perfil humano.
La silueta del emparrado de hiedra -al fondo- sitúa la sombra del manipulador en el interior de un bosque luminoso.
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