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lunes, 23 de enero de 2012

La sombra que se ruborizó


La sombra coloreada no existe en la Naturaleza, o al menos no la perciben nuestros ojos. Tal vez el ala de una libélula produzca una sombra que reluzca como una vidriera, pero nuestra vista normalmente no lo capta. Cuanto más evolucionan las especies, y más aumentan de tamaño, menos translúcidas se tornan. Desde los seres microscópicos a los elefantes, hay toda una senda hacia la opacidad.
La luz es la protagonista de nuestra Huerta del Retiro, aunque también lo sea de las sombras de la noche; pero si pudiéramos detectar alguna virtud especial en este rastrillo aéreo, sería el de su transparencia. La magia del día comienza cuando lo atraviesan los rayos solares, tumbados en el diván de la aurora, o del crepúsculo.
En el teatro de sombras de Rioanjizivi, (que podría traducirse libremente del japonés, como El templo donde hasta el dragón se serena; incluido Viz, el más conflictivo y consciente alter ego de Faba), hasta las sillas proyectan sombras coloreadas. En realidad, no todas; sólo la del manipulador de siluetas.
El  único espacio teatral que convierte el sol en lámpara, comienza a ofrecer sus sombras iluminadas, incluso antes de que la representación comience; por eso, cura y sana. En países como Tailandia, se entiende el teatro de sombras como una terapia colectiva, que purifica al público que asiste a la representación.

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