Un juguete puede cambiar una vida. Un microscopio, un álbum de sellos, una caja de pinturas al óleo, un juego de carpintería, una arquitectura de bloques…, puede convertir el comedor de cualquier casa en un laboratorio, una filatelia, un estudio de pintor, una carpintería, o el despacho de un arquitecto.
Nunca llegó Faba a recibir por Reyes, su propia cámara fotográfica, aunque la hubiera pedido. Ni siquiera ésta, que hoy acude desde el pasado remoto, para ilustrar esta noche de juguete. La vendían en las tiendas de Indios del Paseo de las Palmeras en la Malta de su infancia. Entre todos las baratijas que procedían de Taiwan y Gibraltar, esta maquinilla fotográfica en miniatura, valía un tesorito.
Pasó años mirándola a través del vidrio de los Bazares, en noches húmedas de invierno, cuando regresaba solo a su casa, tras dar un paseo por la ciudad en niebla. Alguna vez hizo acopio de fuerzas, para entrar al comercio, y pedirle al dependiente hindú, que se la mostrase. En una de esas sesiones -que nunca terminaban en compra- fue cuando descubrió que podían hacerse fotos con ella, y que por eso era tan cara. Se abría, cerraba, y rebobinaba como una cámara normal.
Con el tiempo, compróse Faba la maquinilla Flik que tanto había deseado de niño, aunque nunca llegara a disparar una sola fotografía con ella. Sin embargo, esta camarita que parece un juguete, pero que dispara como la que más, podría decirse que ha sido la inspiradora de todas las fotos de este Retablillo. Y no porque se hayan realizado con ella, sino por el espíritu navideño que suministra el juguete a una forma de mirar y fabular con la libertad de un niño, que juega tanto como sueña.
La cámara gravita en el espacio como si fuese un satélite de lata, que fotografíase La Tierra con todos nosotros dentro. Una máquina fotográfica que viene del cielo, como si los Reyes la dejaran caer por el hueco de la chimenea que no tenemos, hasta depositarse suavemente sobre nuestros zapatos.
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