Habiendo vivido a lo largo de varios siglos en un templo cristiano, la Lápida de Quevedo sabe mejor que nadie lo que es un teatro; incluido el público o la feligresía, que viene a ser más o menos lo mismo: una reunión insólita de creyentes.
Y encontrándose en pleno desarrollo la Temporada del Teatro de sombras vivientes de Rioanjizivi, no ha podido la lápida dejar de sumarse a la Gala de sombras, para la que se ha acicalado con sus mejores joyas, y poder lucir más distinguida que ninguna. Como si una vidriera de la iglesia templaria del Madrid de los Austrias -donde habitara- la estuviese acariciando con su cola de pavo real transparente.
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