No fue sólo por culpa del rebuscamiento alambicado de Faba, ni tan siquiera porque su padre hubiera sido un as profesional del punto y raya en el código morse; ni tampoco un capricho lanudo del manipulador de sombras, eligiendo esta manta roja como pantalla; la única razón se debía, a que las mantas rojas de las literas de los trenes nocturnos de RENFE estaban así diseñadas.
Y no es que la robara, ni mucho menos, es que ella se coló en su maleta como si fuera una manta enamorada, decidida a venirse a vivir con él a su casa. Desde entonces han compartido muchos sueños al calor de su profundo abrazo. Su convivencia fue siempre tan cercana, que a la mantita ferroviaria no le quedó más remedio que servir de posadera para cualquier sombra volante que se le acercara.
En tardes de invierno se reúnen tantas sombras en esta Quinta, que su metamorfosis en pantalla del teatro de Rioanjizivi, resultó inevitable.
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